El principio de un nuevo fin.

Me arrimo lenta a esa parte de la casa que tanto me gusta, que loca me ha mantenido.
Vermillion sonaba, todo anarquista dentro de mi casa.
Se acerca alguien a mí. Solo lo sentía ami espalda. Me recorre el cuerpo con sus sucias manos, sus sucios nudillos.

Ahora The Ramones, "Pet Sementary". Recuerdo que era la canción más floja y divertida. Cada suspiro en mi cuello, sus manos en mi estómago rodeándome y manchando de sangre ajena mi preciosa chaqueta vaquera en forma de chaleco recortado llena de parches de grupos amados por mí, de símbolos nazis tachados aposta, etc.

"Sex Pistols, No Feelings".
Doy la vuelta despacio sobre el chico, para no darle la espalda. Cara con cara, alma con alma, pinchos con pinchos. Y solo cuando estoy dispuesta a besar su boca ahogada, de ver su nariz destrozada, sus ojos dilatados, rojos. Justo cuando siento su aliento, me atraviesa con una pequeña daga. No una, ni dos, si no 50 jodidas veces.

Recuerdo perfectamente como tarareaba "God Save The Queen". Mi sangre -que ya no una ajena, sino la mía- empezaba a recorrer todo mi estómago, mi ropa, mis botas militares negras. Él me sonreía como si estuviese arrepentido.
Ni siquiera sabía quién era yo, sólo iba a besarle, iba a darle todo de mí, y acabé dándole hasta la última de mis entrañas.

Me agobiaba, veía todo borroso. Misfits sonaba ahora, lo sé porque, al abrir los ojos, un tío se tatuaba con una navaja pequeña y afilada en el pecho "Bye, bye, darling" mientras me lo gritaba a pleno pulmón.
El chico saca el puñal de mi diafragma, y al hacerlo, caigo al suelo. Se aleja.
Maldito anarquista de mierda...

Sentía el cielo a mis píes, aunque a veces ardiera. Era el propio 666, era el infierno.
Estaba muriendo.

Recordé que mi deseo de antes de morir era morir abrazada a mi guitarra. Pero no fue así.

Había muerto en los brazos del hijo de puta

que me había matado.